La transformación de las finanzas
Algunas leyes de las finanzas del siglo pasado se ven afectadas por tendencias y sucesos asociados a la nueva realidad. Son efectos surgidos por la intensidad de las ya numerosas crisis de este siglo, la gravedad del cambio climático y de la pandemia Covid-19 y la celebrada transformación digital. Algunos ejemplos son:
Una nueva directriz: las finanzas sostenibles
Frente al objetivo de crear valor para el accionista nace el capitalismo de los partícipes. Éste plantea que lo importante es crear riqueza y distribuirla justamente para no dejar a nadie atrás. Así lo defiende el manifiesto sobre el propósito de una corporación de 2019, apoyado por los dirigentes de Apple, Amazon, IBM, DuPont y Walt Disney entre otros muchos.
El Código unificado de buen gobierno de la CNMV (2006) recomendaba como objetivo último de la compañía… la creación de valor para el accionista. La versión del 2020 omite ese objetivo. Ahora aboga por ser más generosos con el resto de los partícipes de la empresa, su comunidad y el medio ambiente. Un giro copernicano para la toma de decisiones, aunque aún quede mucho por poner en práctica.
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La economía se desmaterializa y lo virtual se impone al ladrillo
Para apoyar la sostenibilidad del planeta −que lograr ahora el bienestar colectivo respete el futuro− se persigue el secular objetivo de la productividad. Se trata de hacer más con menos. De reducir el consumo relativo de recursos. Para ello, se sustituyen productos por servicios, como el cloud computing, se cambia el papel por la lectura online, se comparte en vez de comprar y se fomenta el reciclaje de la economía circular. La empresa pasa del capex al opex y triunfan los activos intangibles sobre los materiales.
La deslocalización y la paradoja de Jevons
Siempre es peligroso primar la productividad sobre el buen sentido. La nueva crisis de los abastecimientos surge en parte por la deslocalización para reducir costes, olvidando que primero es asegurar el suministro y luego su coste. La paradoja de Jevons, economista inglés del siglo XIX, advierte que la reducción del coste incrementa el consumo. Si se abarata se consume más. Aunque de momento el coste de la energía se ha disparado a pesar de las nuevas y más baratas tecnologías de generación. El precio de lo fotovoltaico, por ejemplo, ha caído más del 90% desde 1990.
Ahora se paga por prestar dinero
El tipo de interés negativo se produce no solo cuando lo es el tipo nominal, sino también cuando lo es el real (el nominal menos la inflación). En finanzas, es frecuente que el tipo real sea negativo y el ahorrador no mantenga el poder adquisitivo de su capital. Lo nunca visto es que el tipo nominal sea negativo. Que el prestamista pague y el prestatario cobre. Es lo que sucede en la Unión Europea y otros países desde 2016 como medida para superar las secuelas de las sucesivas crisis. Cerca han andado también los EE. UU. Hay otra referencia en Japón, con tipos nominales muy bajos, incluso negativos, para reactivar la economía tras su crisis de finales del siglo pasado. Sin embargo, esa política no ha evitado que en los últimos 20 años su PIB per cápita haya caído un 1·%.
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Y también por vender petróleo
El precio a plazo del West Texas fue negativo en abril de 2020 con la demanda por los suelos por causa de la pandemia. Por vender un barril se pagó hasta casi 40 dólares. Su precio cayó de golpe no solo porque la oferta superase a la demanda, sino también porque se saturó la capacidad de almacenamiento. Quienes habían comprado petróleo a plazo con entrega física del producto carecían de espacio para almacenarlo. Por ello, pagaron para que otros se hicieran cargo. Costaba menos pagar por vender que pagar por almacenar. Fue algo fugaz, pero sucedió lo inaudito.
Las criptomonedas y su volatilidad y rentabilidad digitales
No podía faltar la moneda digital en la historia de las finanzas. El tipo de cambio de la divisa de un país se justifica por variables como su PIB, su crecimiento, la inflación esperada o el tipo de interés. Está respaldada por la solvencia del país, su gobierno y su banco central. ¿Quién respalda las criptomonedas? ¿El PIB mundial? ¿Nada? Su precio depende de lo que se piensa que puede valer un certificado de propiedad, de la oferta y la demanda de ese certificado y se ve muy afectado por la especulación y las emociones de miedo y codicia de los inversores. Por ello, es de alta volatilidad. La del bitcoin, nacido en 2009, supera en cuatro veces la bursátil, el activo de riesgo por excelencia. No extraña que haya muchos que crean que las criptomonedas son un paraíso para el especulador y una trampa para el incauto. Tienen muchos enemigos que vaticinan su colapso. Para otros, son el futuro. De momento la cotización del bitcoin se ha multiplicado por cuatro en un año.
La inversión en los Non fungible token (NFTs)
A pesar de la prudencia que aconseja la CNMV y de los criterios de valoración que recomiendan los expertos, los NFTs son productos de inversión que arrasan en el mundo del arte y del coleccionismo. No se compra una obra sino solo el recibo de propiedad del original autentificado por blockchain. Este certificado puede ser negociado en el mundo real y en el emergente del metaverso.
El segundo, frecuente en algunos videojuegos, pretende clonar el mundo real para crear otra existencia virtual. Quizá los NFT, que de momento solo se pueden ver, se podrán tocar en el metaverso. Everydays, un collage de 13.000 imágenes obra de Beeple, lo vendió este año Christie’s por 69 millones de dólares. Su precio de salida fue de 100 dólares. Las zapatillas virtuales se venden ya a precio de oro y se registran marcas virtuales. El valor de un NFT se basa solo en lo que la gente piensa que puede valer. Hay quien avisa que los NFT almacenados en un servidor se mueven entre una burbuja especulativa y una pirámide de Ponzi. Para muchos, son un producto de inversión solo apto para especuladores y primos. Pero este no es su único riesgo ¿Qué pasa si desaparece el servidor que almacena el certificado de propiedad? Sorprendería que la SEC o la CNMV llegasen a considerar los NFT ni siquiera como productos muy complejos, pero todo es posible.
La acción meme se valora por su viralidad
Es de marca popular, pequeña y con problemas, pero viral en las redes y blogs. Las memes saltaron a la fama cuando Gamestop se disparó empujado por los comentarios en chats y redes sociales. La cotización meme se mueve más por los comentarios y rumores de las plataformas de inversores que por su desempeño empresarial. La acción meme tampoco se valora por los métodos clásicos de múltiplos o flujos. Ni por su negocio subyacente o la coyuntura. Más bien por opiniones (¿interesadas?) que la hacen subir rápida y efímeramente de precio. Subidas que apoyan las compras forzadas de los fondos pillados en posiciones cortas. Por ello, la volatilidad de la acción meme es muy elevada. En tres meses la cotización de Gamestop primero se triplicó y luego cayó un 88%. Incluso una de estas empresas meme desaconseja comprar sus acciones a menos que se acepte el riesgo de una pérdida cuantiosa. Otro producto de inversión con rentabilidad y volatilidad propias de la era digital.
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Finanzas: invertir en una empresa sin actividad
Una Spac (special purpose acquisition company) carece de operaciones, pero cotiza en bolsa con el objetivo de captar fondos para comprar otra empresa o fusionarse con ella. Como la Spac ya cotiza, cuando se materializa la operación la empresa objetivo sustituye a la Spac. Así de fácil se entra en bolsa y se evita todo el costoso proceso de salir a cotizar. Esto hizo Virgin Galactic, dedicada al turismo espacial, en vez de recorrer el largo camino de una salida a bolsa convencional. La fórmula parece poco ortodoxa: el inversor aporta fondos sin conocer su destino final. Además, la empresa adquirida parece que se cuela en la bolsa, sin pasar por la debida evaluación preliminar de los analistas. Un riesgo añadido para el inversor Spac, aunque los reguladores parecen no verlas con malos ojos.
De los manifiestos window dressing a la acción
Si el siglo pasado fue el del diseño del actual paradigma financiero y de los productos derivados para gestionar el riesgo, el presente parece ser el de la transformación digital y la sostenibilidad financiera. La primera lleva buen ritmo, pero la segunda aún está en la fase de las buenas intenciones. Las recomendaciones solas no bastan como se reconoce ahora que no bastó la anterior sobre la responsabilidad social corporativa. Si bien pretendía apoyar la sostenibilidad del planeta, no evitó que quedase aún más maltrecho.
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